Por Eduardo Salleras, 24 de junio de 2021.-
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La familia cenaba mirando la televisión, lo que no es recomendable, menos viendo noticieros.
Fue casualmente una noticia la que encendió la mecha de la polémica en la mesa familiar, cuando la madre hizo un comentario sobre la realidad, y uno de sus hijos, militante oficialista, le respondió políticamente, o al menos eso quiso hacer, pero al quedarse sin argumentos ante el claro escenario de la actualidad, como poseído por su militancia, o su “ideología”, comenzó a insultar a su madre delante de su padre y de sus hermanos, los que no podían creer los epítetos que escuchaban; hasta que el padre se levantó bruscamente en un grito callando a su hijo díscolo, con un brazo extendido como midiendo el castañazo, pero una de sus hijas se interpuso evitando la agresión, diciéndole: – “No papá, así no, porque de eso no se vuelve”.


Entre el silencio se escuchó el portazo de quién buscó la calle como salida o como huída del papelón. Irá al encuentro, seguramente, de algún camarada que le dé una razón para justificar el enorme error, esconderse así de sí mismo, y continuar como si nada con la devoción por lo inexplicable.
La familia es la patria, dos términos muy ligados entre sí: patria y familia, ya que las naciones se construyeron a base de familias, las que unidas en lo común, formaron las comunidades, y entre sus proyectos fue ponerle límites al territorio en el que convivían, para luego llamarlo nación.
Sin embargo, la modernidad populista, tiene como imagen del nuevo mundo, suplir el contexto familiar, la estructura sanguínea, reemplazándola por la adoración a las ideologías, a los relatos asombrosos, los que siempre tienen como protagonista a un líder, y sino a otro, el que pretenderá reemplazar al padre o a la madre, a la familia o incluso a la patria, para formar el gran contubernio político cuya bandera será transparente.
Aquellos próceres de las gestas patrióticas, hombres y mujeres que, con mucho esfuerzo y entregando sus vidas y sus fortunas, lograron que éste territorio sea lo que es hoy: LA NACIÓN ARGENTINA, verán desde la historia con profunda tristeza y preocupación nuestro destino, porque resultó haber sido invadida, en los últimos 20 años, por nuevos colonos que se auto adjudicaron la misión sublime de los restauradores de la igualdad social para todos aquellos que estén por debajo del moderno hogar del poder, montando como estrategia de la nueva estirpe, contaminar a la sociedad, creando dentro de ella enfrentamientos profundos, inclusive dentro de las mismas familias, hijo contra padres o entre amistades, haciendo que sean más militantes que parientes o amigos.
La patria es la familia, la tierra de nuestros ancestros, aquellos que formaron un gran país, ese que hace 100 años fue el orgullo de Sudamérica, cuando el Peso Argentino fue elegido como la moneda mejor valuada del mundo, producto de un país progresista, exportador de alimentos, que atendía a todas los naciones después de la primera guerra mundial. La Argentina fue el gran acreedor de casi todos los países occidentales e incluso, de los EEUU.
Luego de interrumpir varias veces el orden institucional, hace 80 años, comenzó el populismo como nuevo discurso político y de estrategia de poder. Nadie sospechó que nos podía hacer tanto mal, y muchos coquetearon con él, al punto que, aquella Argentina admirada, aquella nación rica, hoy está mendigando por los mismos países que en un tiempo fueron socorridos por nosotros, aquellos deudores de una nación llamada a ser la primera potencia mundial.
Cabe simplificar tan desgraciado hecho que nos sumergió en la más triste y pesada decadencia de la que hoy creemos haber tocado fondo (y no es así), que junto con la demagogia, hace 8 décadas, comenzaba una enorme crisis de valores, situación que llegó a niveles de horror los últimos 20 años, cuando el beneficio de la corrupción alcanzó a distintas categorías políticas y sociales, mientras las clases más limitadas, se vieron sumergidas, hasta hoy, en el más espantoso nivel de pobreza.
Sino realizamos un cambio cultural profundo, recuperando aquellas virtudes que tuvimos e hicieron de la Argentina una gran Nación, admirada por el mundo, será muy difícil quitarnos el intenso aroma fétido del fracaso de quien fue condenado al éxito.
Debe ser ya, ahora, La Revolución de los Valores.